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4/08/2011

Una señora elegante...

Una señora elegante y bellísima, de unos 50 años, está acabando de abrocharse su corsé Agent Provocateur. Nos ha invitado a su fiesta sexual privada.
-Cuando queráis, os están esperando.
Luego salió de la habitación. Le había gustado nuestra foto y el texto del anuncio, de modo que se había puesto en contacto con nosotros para que actuáramos en la fiesta liberal que celebra cada mes en la extensa mansión del barrio más pijo y exclusivo de la ciudad. Seríamos una Ama que me sometería a mí, quien por mi parte tendría sometida a otra mujer. Había reunido una treintena de parejas viciosillas en esa mansión en aquella urbanización exclusiva de las afueras
rodeada de colinas y bosques. Mi Ama tiene la mano en el coño mientras un famoso fotógrafo de moda la retrata. Sin tenerle en cuenta termina de ajustarse el liguero de encaje, las negras medias ahumadas hasta los muslos y sus sandalias de tacones finos y vertiginosos.
Luego coge su látigo de cuero brillante y lo hace chasquear con violencia en el aire, a escasos centímetros de mi oído derecho. Engancho una larga cadena de acero inoxidable al minúsculo collar tipo gatita que lleva en torno al cuello (es su única prenda) mi sumisa arrodillada; le doy un par de tirones y comienza a gatear lujuriosamente hacia el salón. Todas las parejas reunidas en el salón enmudecen
al vernos entrar y fijan su atención en nosotros. El aire es cálido. El público es guapo, eso salta a la vista. Guapo, joven...
y rico. Me fijo en una treintañera que desprende el aroma caliente y erótico del deseo. Dos pelirrojas muy jóvenes vestidas de monja flanquean a un surfero de pelo largo y torso desnudo y moreno. Una rubia de bote de cuarenta y cinco años con un vestido de Gucci escotado me hunde en la boca su índice con la uña acrílica y esmaltada en rojo sangre. Chupo el dedo con fruición como un presagio de lo que está por venir.
Mi Ama me da un fuerte azote en mi glúteo izquierdo con el mango tachonado de cristales de su látigo. Me ordena que me arrodille mientras me enseña una polla de goma negra.
-¡Chúpame la polla, esclavo!
La obedezco y me adentro el falo color ébano hasta el fondo de la boca. Pero mi Ama no ha acabado aún conmigo y me ordena que me dé la vuelta y abra los muslos. Mis ajustados pantalones de cuero negro tienen una cremallera de dos direcciones que recorre toda mi entrepierna.
-¡Bájale la cremallera del culo!, y mi sumisa cumple dilecta, pero lentamente y con sensualidad la orden.
-¡Postura de perro!, y yo, claro está, me arrodillo y apoyo las palmas de mis manos en la alfombra de pelo blanco que en otro tiempo abrigó a un oso polar. Mi polla, ahora libre cuelga y roza la alfombra hasta que la erección se consuma y trata de alcanzar la horizontalidad. Mi ama se sienta encima de mí mientras unta de gel lubricante la reproducción perfecta de la polla de senegalés que se bambolea entre sus manos. Luego me la clava en el culo. Hasta el fondo, sin contemplaciones. Ahogo el alarido que me provoca tanto dolor pero no puedo evitar emitir un sordo quejido que noto la excita a ella y a toda la concurrencia. Con la mano que le queda libre le arrebata la copa a la treintañera, da un sorbo al Gin Collins que está bebiendo y deja que un perezoso reguerillo le gotee de la boca sobre mi ano dolorido. Me corro con ganas. Resulta bastante evidente y el público aplaude. Sé que mi Ama todavía no se ha quedado contenta, de modo que, en cuanto acaba el número, desaparece en una habitación discreta junto al macizo surfista y sus turgentes acompañantes. Después de recomponer mi atuendo di unas vueltas con mi perrilla sumisa hasta que me senté junto a la treintañera a beber una copa. Aun se mantiene joven aunque la rodea un
cierto aire conservador, como si en la vida real fuera una juez o la propietaria de un emporio industrial.
-Nunca he besado a una chica, me dice. Entonces ordeno a mi sumisa que la bese. Esta, sin dilación, junta su boca a la suya y traza círculos en su interior con su lengua caliente. Llega otra. Es la veinteañera. Lleva un vaporoso vestido talar blanco con una marabú de plumas color lavanda a lo largo del escote. Me dice: "Quiero meterle el puño a tu perra, ¿me dejas?" Asiento. La joven vestida de romana se echa un pegote de lubricante en la mano derecha, forma una bola con ella y se la embute hasta la muñeca en el chumino. Vuelvo a empalmarme.

6/09/2009

Intercambio japonés ( II )


Al final llegamos, bajamos las escaleras y llamamos a la puerta. Nos abrió una japonesa al uso: pequeñita, pelo largo, mona, etc. que nos cobró la cuota de afiliación y la entrada. Ja dentró, un hombre de mediana edad nos enseñó todo el local y nos explicó más o menos las normas de uso.

En el primer piso se encontraba una barra baja y dos zonas de sofás. En la primera zona de sofás había un grupo de 4 parejas que hablaban muy animados, como si les gustara hacer ver que estaban allí y que eran superliberales por ir a un club de intercambio. En la siguiente zona de sofás, que lindaba con un sofá que se alargaba hacia un colchón en el suelo, nos sentamos nosotros aprovechando que no había nadie. En la misma planta y prácticamente enfrente de la barra y con mucha luz, la sala sado. Había una cruz de San Andrés con sus correas y una mesa con todo tipo de complementos: fustas, latigos, varas, trajes de cuero, antifaces, incluso lubricante. En la pared de la sala sado, que era básicamente una reja, había colgados varios disfraces que cumplían con los tópicos que todo amante de Japón esperaría encontrar: disfraz de doncella, de colegiala (imprescindible), de cuero, uno de budweiser (ves a saber por qué)... el caso es que las chicas del grupo se iban cambiando de traje de vez en cuando y le daban mucha vidilla al local. Y no sólo porque tuvieran unos cuerpos de vértigo.

En el piso de bajo había una sala con una máquina de te y una nevera con cervezas, y cuatro habitaciones con colchones en el suelo. Cada una de ellas tenía algo diferente de las otras, pero venían a ser todas iguales. En la primera se permitía la entrada de hombres solos, en la segunda sólo si eran llamados, en la tercera no se permitía. Las tres tenían una zona acristalada para poder ver desde fuera. Una de ellas también tenía una ventanita abierta para poder tocar desde la zona de mirar y en donde se miraba siempre que las parejas se tocaran. En caso de que no se quisiera ser tocado, bastaba con alejarse un poco. Finalmente, en la cuarta habitación no se podía mirar ya que los cristales eran casi opacos.

Todo daba impresión de ser muy japonés, muy ordenado, cada cosa en su sitio: cada habitación para una función diferente. A nosotros, que poco a poco vamos definiendo mejor nuestros gustos, nos gusta hacerlo donde nos pille, sin planear si queremos la habitación A, B o C. Tener que decidir a priori si queríamos que se nos viese, que pudieran entrar hombres solos o si queríamos hacerlo siguiendo la ISO 3247, nos la traía un poco al pairo. El caso es que subimos a los sofás.

En la barra había dos hombres y dos mujeres que habían venido solos. Hablaban animadamente, aunque se veía que las mujeres daba conversación básicamente por educación. Pedimos de beber y entonces nos enteramos de algo que nos hizo muy felices: había barra libre. Los gintonic fueron cayendo poco a poco.

María estaba muy nerviosa. Aquella visita, tal vez enmedio del estrés del viaje, le había creado una cierta ansiedad. Decidimos tomarlo con calma, aunque he de confesar que el nivel del club, sobre todo en cuanto a mujeres se refiere, era de los más altos que había visto nunca y me encontraba muy excitado.

Decidimos tomar una ducha para despejarnos un poco y ver las cosas con un poco más de distancia. En la ducha de enfrente, separada por un cristal translúcido, se duchaba una pareja que acababa de llegar y que minutos antes, se había sentado frente a nosotros. Al salir de la ducha, los dueños del local nos habían dejado unas bolsas para dejar la ropa con sendas batas blancas para ir desnudos...
El sexo no es la respuesta. El sexo es la pregunta, la respuesta es sí ...

Intercambio japonés ( I )


De vuelta por aquí y con otra experiencia curiosa, por llamarle de alguna manera ya que este verano fui a Japón con María y decidimos visitar un club en algún lugar del país. No fue fácil encontrar uno porque parece que las páginas web están todas en japonés y digamos que no resulta fácil leerlas. Al final, se me ocurrió que me lo tradujera Google, que para eso está, y encontré todo un submundo digno de las subculturas niponas. Bueno, también encontré un montón de traducciones divertidísimas, pero eso es otro asunto.

En general, parece que se funciona mucho por asociaciones que organizan fiestas e incluso "juegos". En una de las asociaciones, una vez dentro, se te daban las instrucciones para participar y se podía interactuar en el hotel alquilado para la ocasión o también en la calle, cerca del hotel. Habrá que investigar, de momento parece muy excitante estar intercambiando por la calle.

Otra curiosidad es que a los hombres que quieren entrar solos a muchos clubs se les hace una entrevista previa. E incluso en algunos la tarifa va subiendo con la edad (hombre solo hasta los 40, hombre solo de 40 a 50 y hombre solo de más de 50).

De todas maneras, encontramos un club con la web en inglés y que parecía un club normal y corriente, de los que estamos acostumbrados a frecuentar. Bueno, excepción hecha de la sala de sado. No habíamos visto ninguna aún.

Así pues, sin un porro que llevarnos a los pulmones (en Japón las drogas están penalizadísimas) cogimos el último metro hacia Shinjuku y el barrio de Kabuki-cho, que tiene la dudosa fama de ser el único al que los tokyotas te aconsejan no entrar. Estaba bastante animado con sus relaciones públicas trajeados mirando hacia la calle, sus chicas en la acera atrayendo a los clientes hacia los clubs de todo tipo... incluso vimos unas chicas en kimono a la puerta de un... Dios-sabe-qué. Como éramos pareja, no nos hizo nadie ni caso. Además, bastante teníamos con encontrar el club porque estaba bastante, bastante escondido.